Cruzagramas

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domingo, 28 de marzo de 2010

Que tren..que tren Parte II El viaje


Edmundo se apartó de la ventanilla y gritó:
- ¿Alguien sabe a dónde vamos?
- No –dijo una señora.
Y enseguida se formó una ola de noes que terminaron en una carcajada general.
Entonces se abrió una de las puertas que comunicaba los vagones entre si, y un muchacho delgado entró cantando a voz en cuello: “Tanta alegría seguida me va a hacer mal…” El muchacho era la locomotora de un trencito que se había formado dentro del tren, y algunos de los que estaban en el vagón donde estaba Edmundo se engancharon en la cola del trencito y se fueron. Mientras un chico de unos nueve años saltaba en el asiento de una esquina y decía buenísimo mejor que en la compu. Cada quien parecía seguir su impulso. Algunos habían encontrado en el portaequipaje juegos de mesa, como naipes, damas, ajedrez y estaban jugando.
Edmundo prefirió unirse a un grupo que trataba de entender que era lo que estaba pasando. Uno dijo:
-Debemos estar muertos.
-O soñando –dijo otro.
-Pellízcate y vas a ver que duele –dijo Edmundo negando.
-¿No será que estamos siempre en el mismo lugar y nos están pasando una película? –sugirió un hombre pelado.
Edmundo levantó la ventanilla y sacó la cabeza. Sintió el viento y el calor agobiante del sol del verano, y escucho el ruido de las ruedas rozando las vías, el traqueteo característico de cuando las ruedas pasan las junturas, percibió el olor a asbesto que dejan al usarse los frenos, vio el talud de piedras sobre los que se asientan los rieles, y volvió a meter la cabeza.
-Definitivamente esto parece ser muy real –dijo.
-¿Y como explica que aparecimos de repente en este paisaje? –le preguntaron.
-Lo único que se me ocurre -razonó Edmundo, -es que sea un viaje mágico como en la película de Harry Potter. ¿Se acuerdan de que repentinamente, entre andén y andén, entran en una plataforma secreta?
Edmundo estaba todavía hablando cuando por los parlantes anunciaron que podían ir al comedor,
-Yo ya fui –dijo alguien, es increíble hay maquinas con capuchinos, refrescos, magdalenas, tostadas, quesos y mermeladas.
Entonces Edmundo y un grupo de personas fueron a tomar un refrigerio. Y mientras lo tomaban conversaron sobre sus ocupaciones. El grupo tenía las ocupaciones más variadas. Eran profesiones, artistas y maestros, empleados como Edmundo, que dijo que era cajero, pero le gustaba escribir.
Media hora después cuando volvieron a sus asientos, Edmundo tenía ganas de escribir una carta, pero no sabía a quien. Igual tomó una hoja y escribió: A quien sea. A quien lea. A quien quiera viajar a la ilusión, para ser autónomo, para autorrealizarse, para ser autentico, venga a pasarla de lo mejor. Y satisfecho se acomodó en el asiento y se durmió.

Cuando despertó, la gente estaba agolpada otra vez en la ventanilla. El tren estaba entrando en una ciudad muy particular. Era una ciudad de casas bajas. Cada casa tenía una huerta. a medida que el tren pasaba aspersores disparaban una lluvia suave sobre las hortalizas, como si estuvieran saludando.
La ciudad parecía desierta. Edmundo vio una casa que le recordó la casa que tenían sus padres cuando él era chico.
Pronto el tren se detuvo. Hasta allí llegaba la vía. Edmundo se bajó y comenzó a caminar por las calles. Pensó que todos habrían visto algo de interés porque todos se habían bajado del tren y tomaban distintos rumbos.
Los negocios estaban abiertos, pero nadie los atendía. Edmundo por curiosidad entró a un almacén. Las luces se encendieron. Estaba muy bien surtido y aparentemente uno podía tomar lo que quisiera. Tomó unos fideos, una salsa, manteca, queso de rayar y una botella de granadina. Y salió muy contento. Sentía una sensación de vivir en la abundancia.


Continuará

1 comentario:

  1. reina dijo...
    Sigue gustándome... no me imagino qué pueda pasar...
    2 de febrero de 2010 12:39

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