domingo, 28 de marzo de 2010
Que tren...que tren Parte III La ciudad
Edmundo encontró la casa que se parecía a la que habitaba en su infancia. Las puertas no tenían cerraduras y las ventanas no tenían rejas. Y las casas vecinas tampoco. Delante de la puerta dudó un minuto y entró. La casa estaba moderadamente iluminada. Vio una sala amplia con un sillón que invitaba a sentarse. Vio una pequeña mesa con una lámpara y una pequeña repisa con algunos libros. Mas allá un piano, un perchero con un paraguas. En el centro debajo de una araña la mesa principal rodeada de cuatro sillas, y sobre ella un jarrón con jazmines. Edmundo aspiró fuerte y no aguantó las ganas de sentarse al piano. Intentó tocar lo que recordaba de Claro de Luna, pero pasaba algo extraño con las teclas, cada vez que estaba por tocar una tecla equivocada, la tecla que completaba el acorde o seguía a la melodía, se adelantaba a bajar y sonaba armónicamente.
Cuando terminó de tocar, recorrió la casa y se asombró de lo bien dispuesta que estaba. Lo cómoda que era. En el dormitorio saltó sobre el colchón, en el baño llenó la bañera con sales aromáticas y se bañó. Después preparó los fideos y rebajó la granadina con agua fresca de la heladera. Quería hacer tantas cosas a la vez que en el apuro se le cayó un vaso. El vaso se fue frenando en el aire hasta depositarse suavemente en el piso. A Edmundo todo le parecía tan natural y asombroso a la vez ,que a esa altura de las circunstancia se habría asombrado más, si hubiera algo que funcionara mal. Ceno. Llevó un café al living y tomó un libro al azar. Miró la tapa: “Las ciudades invisibles Italo Calvino”. Leyó un buen rato. Buscaba si por esas casualidades esa ciudad estaba descripta en el libro. Al rato le dio sueño. El día había sido largo y emocionante. Se fue a acostar y dejó levantada la ventana que daba al jardín.
A la mañana siguiente Alguien golpeaba con los nudillos la puerta que daba a la calle. Se despertó. Se levantó y fue a ver quien era. Se dio cuenta que todavía seguía bajo los efectos de esa sensación narcótica de sentirse increíblemente vivo.
En la puerta un hombre con una sonrisa ancha como la cara le ofreció un pan dorado y caliente que traía en una canasta.
-No sabía que aquí había reparto de comida –dijo Edmundo.
-Yo tampoco –contestó el otro que resultó llamarse Armando.
-¿No?...No entiendo –dijo Edmundo.
-Es simple –dijo Armando. Llegué ayer. Soy panadero y siempre quise tener mi propia panadería. Ayer encontré una y me metí. Después me dieron unas ganas locas de hacer el pan. Cuando salió del horno, tan liviano, tan crocante, no pude menos que salir a repartirlo.
- ¿Y que le debo por el pan?
-Nada. Para mí fue un gusto hacerlo. Parece que acá cada cual elige lo que quiere hacer. Y Edmundo casi no le agradeció porque se quedó pensando: ¿No será anarquismo?
Después de desayunar salió a recorrer la ciudad. Buscó y buscó, pero no encontró ningún banco. Estaba un poco confundido porque no sabía como retribuir todo lo que estaba recibiendo. Si por lo menos hubiera un banco (se decía) tal vez podría ofrecerme como cajero. En ese centro de la ciudad había, teatros, cines, bares y una biblioteca, pero no bancos. Pasó por una iglesia que le recordó a la que iba antes de tomar la primera comunión. Entró. Había una sola imagen de Jesús resucitado. Debajo decía: “La historia no terminó en la cruz”.
Salio y vio un cartel que señalaba un camino para ir al balneario, pero prefirió volver al centro. En el camino encontró una cabina como de teléfono, pero no había teléfono, solo una especie de guía. La abrió. La mayoría de las páginas estaban vacías. Buscó en la G para ver si había alguien que tuviera su apellido y encontró su nombre: Gutiérrez, Edmundo…Libertad 671. Parece que alguien ya me considera como residente.
Siguió caminando. Hacía calor. Entró en un bar a tomar una cerveza helada. Parecía que en ese bar había un encuentro de poetas. Una joven decía: “Nuestra musa es caprichosa, salvaje y tremendamente dulce...” Disfruto la cerveza y la buena poesía y hasta intercambió su parecer sobre si la obra literaria tenía una realidad por si misma o cada lectura y cada interpretación eran las que formaban el cuerpo de esa realidad no agotada, y abierta como una fuente para expresar lo literario.
Después pasó por el teatro y se metió. Vio que estaban preparando una obra. Había seis personas en escena.
Uno le gritó:
-Eh. ¿No eras vos el que escribía?
-Si –dijo Edmundo.
- Andamos buscando un autor –dijeron los seis a coro.
- Bueno –dijo Edmundo, dándose cuenta que le estaban ofreciendo hacer, lo que siempre había soñado.
- Yo soy iluminador –dijo alguien que le tendió la mano.
- Yo me encargo del vestuario –dijo una señora que posiblemente fuera modista.
Y así fueron presentándose todo el resto.
Después Edmundo volvió a la casa. Se daba cuenta que se estaba acomodando muy rápidamente a su nueva situación, aunque deseaba compartir todo lo que estaba pasando con alguien.
Cuando llegó a la casa en el buzón encontró una citación. Había un mapa de la ciudad y en una esquina dibujada una caceta, como esas que están en los subtes para sacarse fotos. No tenía ni fecha, ni indicaba ninguna hora. Decidió que iría a la tarde.
Se hizo una ensalada porque no tenía ganas de cocinar. Quería escribir, de hecho se sentó escribió un parlamento de uno de los personajes de su futura obra: “Cuando te embriagas de aires de libertad, cuando te muevas en un horizonte de confianza, cuando tu creatividad sea interpelada a cada instante, porque todo esta por hacerse, la serenidad habitará tu centro, porque ya no serás un extraño para ti mismo.
Por la tarde Edmundo salió para ver de qué se trataba esa misteriosa cita.
Pasaba el tren con un nuevo contingente. A Edmundo le pareció que alguien lo saludaba. No supo bien porque le pareció eso, si todos estaban en el tren estaban asomados a las ventanillas y saludaban.
Tomó conciencia que los aspersores lo estaban mojando y siguió caminando.
Continuará
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Flor de Ceibo dijo...
ResponderEliminar¡Muy buena la historia y el suspenso del continuará...
besos
5 de enero de 2010 15:59
Buscando mi propia voz dijo...
Gracias
Me gustaron los cuentos qu e te publicaron en el libro
5 de enero de 2010 17:54
El ave peregrina dijo...
La casa de nuestros ancestros, de nuestra niñez sigue abierta hasta el final.
Preciosa historia
Un agarimoso saludo desde Galicia.
10 de enero de 2010 03:26
Buscando mi propia voz dijo...
Es muy hermoso y profundo lo que escribiste me sugiere una dimensión espiritual.
En realidad yo veo el cuento más inclinado hacia la utopía. De todas maneras depende de cada visión
10 de enero de 2010 08:47
reina dijo...
Una utopía hermosa... cada uno dedicándose a lo que más le gusta y ni un vaso se rompe... demasiado perfecto para ser real... pero hermoso soñarlo así...
2 de febrero de 2010 12:48