Cruzagramas

Cruzagramas

domingo, 27 de septiembre de 2009

Creando el día




¿Y si no vas hoy a trabajar?
Te prepararía unas tostadas, el queso crema y la jalea de membrillo y nos vamos al jardín a tomar unos mates. El duraznero está blanco de flores y hasta con un poco de suerte algún picaflor se suspende delante de la rosa china.
Hagamos de cuenta que hoy es un día sagrado, tan especial que ni podamos guardar su recuerdo. Gastémoslo de presente, de sensaciones. Esta tan primaveral que es un pecado no aprovecharlo.
Dejá por un día que el tren parta sin vos, que se vaya lleno de gente sin nombre. Que la marea circule frente a las estaciones y que los papeles se apilen sobre el escritorio. Que el teléfono suene en vano en tu oficina. Por un día no se va a morir la empresa. Dale. Decretemos por hoy: que ese, es un mundo extraño
Quién te va a pagar tanta responsabilidad. La vida pasa rápido. Dejémonos sorprender por lo que ocurra. A lo que improvisemos. Demos una vuelta por Parque Chas a media mañana. Nos vestimos elegantes y caminamos por la veredita del sol. Aunque nos perdamos. Aunque demos vueltas en círculo como siempre y nos demoremos en encontrar la salida. Te imaginás caminando al paso lento, yo apoyándome tu hombro, oliendo tu perfume…
Si nos cansamos nos podemos sentar en un banco de plaza y tirar miguitas de galletita para que se arremolinen los pájaros. Y mirar el cielo y alguna nube viajera y oler el aroma de algún jazmín del país que nunca falta. Lejos del fragor de los autos y del apuro de los transeúntes. Ausentes de los sorprendidos que dirán: “mirá esos viejitos haciéndose arrumacos”
No te sonrías. Si no vas hoy a trabajar, podemos ir a tomar un te a una confitería. A las Violetas, que hacen tortas tan ricas. Vos retirás la silla y me decís: siéntese Lydia. Con esa delicadeza tuya de tratarme como si fuéramos novios, aunque tengamos cuatro nietos. Siempre novios, eternamente novios y sin embargo robados por el afuera…
No te preocupes por Pablo y Lucía siempre llaman antes de venir a visitarnos.
Es mitad de semana. Seguro que podemos pasar a Colonia. En el Ferry lento. Nos vamos a cubierta y si está un poco fresca la brisa, me acurrucás en tus brazos. Seguro que hasta nos va a parecer distinta después de tanto tiempo.
¿Qué no te gusta los trámites de embarque? Entonces al Tigre. Nos bajamos en “Las tres bocas” y caminamos por la isla. En esta época asoman los lirios amarillos y los brotes transparentes y las azaleas como árboles y las glicinas trepan como un tapiz. Eso. Nos sentamos a almorzar en “El Hornero” bajo el techo de glicina y dejamos que el fluir del agua de chocolate atrape nuestra mente para que discurra sin conciencia.

-Señora Lidia. Perdone que la saque de sus pensamientos. Las otras abuelas ya están en el comedor para cenar.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Tiempo de amar y de soñar




Suelta la mochila del rencor
Deja el sabor amargo de la culpa
Sepulta semillas de paz en las trincheras
y construye con tus manos el nuevo día.
Es hora, es ya,
tiempo de encontrar la paz.

Olvida las ofensas.
La luz de la aurora
despejará toda pesadilla
Siempre el perdón comienza
en nuestros corazones.
Es hora, es ya,
tiempo de reconciliación.

Luchar consume energías
mientras amar en alegría crea.
Libera tu mente
Cambia tus creencias
Es hora, es ya,
tiempo de crear y de cambiar.


Debajo de cualquier color de piel
late un corazón necesitado de amor
y corre sangre apasionada.
En el mismo firmamento
caben infinitas estrellas.
Es hora, es ya,
tiempo de despertar a la verdad.

Celebra las diferencias
son la infinita creatividad del universo.
Una mirada franca y un abrazo
Son un lenguaje de amor.
Es hora, es ya,
tiempo de sentir la hermandad.

Como el pequeño planeta
que generoso nos sustenta
deja que brille lo mejor de ti
y cuida el milagro de la vida
Es hora, es ya,
tiempo de compromiso y de conciencia.
Es hora de volver a la esencia
al punto luminoso de la unidad,
donde danzamos en armonía,
como en el seno materno.
Es hora, es ya,
tiempo de amar y de soñar.
¡ Es hora, es ya!



miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Cita











El reloj, el túnel, la escalera, el tren que arriba y se detiene con estrépito, la boletería, la billetera, la foto de Mariela, el dinero, el boleto de Devoto a Chacarita, el control, la gente que baja como una marea, el esquive, la carrera, el pasamano, el estribo. El asiento, la ventana, el andén que huye.

Aflojarse en el asiento y la mirada fija mientras pasan las rejas, las casas y la hilera de árboles hacia atrás. La campanilla suena, se aproxima Villa del Parque, la barrera pasa, los autos esperan que se levante.
La gente que baja, la que sube, la que habla, la que duerme, los auriculares, la música, la billetera, Mariela no me llama, su sonrisa. Sobre los cables palomas gordas y el cielo.

Otra vez el traqueteo, la cancha de bocha de los jubilados, los carteles. Otra vez la barrera, las casas con jardines, la primavera, las calles como rayos que giran, el puente de Avenida San Martín, la oscuridad, el paredón del hospital, las casuchas misérrimas, la basura, mucha basura, las imágenes desacelerándose, Paternal.

EL pito del guarda anunciando la partida, vendedores de peponas, el largo paredón del cementerio, la gente que se levanta para llegar primero a tomar el subte y de pronto todo se detiene. El fastidio, la gente que mira por la ventana. El celular de Mariela no contesta.

El guarda que pasa anunciando que hay un accidente y que el tren no sigue. La gente que baja, los peldaños, las ruedas del tren, el talud de las piedras, la zanja, las chapas acanaladas, la interminable columna de gente caminando al lado del tren, los pasos monótonos, el sol y una premonición. Y el apuro y la gente que no se aparta y el tobillo torcido, y el corazón como una locomotora y la campanita de la barrera la calle Corrientes el transito detenido y las sirenas la ambulancia la policía apartando la gente y un auto un cuerpo sobre el pavimento sangre.

sábado, 5 de septiembre de 2009

2001


Se tiro sobre la colchoneta que no disimulaba las baldosas desparejas de la terraza. Con la inmensidad vacía cayendo húmeda.
La televisión había mostrado la imagen de los saqueos: Corrían, golpeaban, cargan electrodomésticos, caían ensangrentados en un río de furia.

Cerró los ojos solo para imaginar mejor. Y los vió caminar en tumulto: sucios, desarrapados, hambrientos; por el borde de la ruta, cruzando calles y villas.

Acercó el arma y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Contó las balas que le sobran del cargador; siete. Se extraño que estuviera dispuesto a matar. Después se tiró de cara a las estrellas.
Pensó que el olor del jazmín debía inundar el cuarto. Ese aroma que lo serenaba en la oscuridad de las noches de verano.
Hubiera preferido olerlo a ráfagas de brisa, conjugado con la claridad del cielo raso, hasta que todo se esfumara en el sueño. Pero estaba en esa tensa espera.

Miró la cruz de la esquina. La fogata dibujaba sombras fantasmales.
Escuchó ladridos lejanos que se iban acercando. Después se agregó un ruido creciente y confuso como un ronquido, como un rugido. Contó nuevamente las balas.
Aparecieron los primeros saltando las llamas.
Contó las balas.
Siete.
Ellos eran múchos más.