Cruzagramas

Cruzagramas

viernes, 25 de mayo de 2012

PRESENTACIÓN DE "INCÓGNITAS"





FRAGMENTO



Vitral



En Jerusalén, cierta noche tres hombres soñaron. Soñaron, como en otras partes del mundo muchos otros hombres habrán soñado esa noche. Pero de alguna manera, estos tres sueños preanunciaban el encuentro de los soñadores.



El primero en despertar fue Salim. En su memoria quedaban retazos del sueño. Había soñado que se encontraba encerrado en una celda. En su sueño veía el cielo por una ventana, que no era más que un agujero redondo a una altura inalcanzable. El agujero se cubrió con un vitral, pero él seguía viendo el cielo en el centro, porque el vitral no lo cubría. Por allí apareció una estrella de color azul intenso. La estrella comenzó a atraerlo con más fuerza que la fuerza de la gravedad. Y como si estuviera en el vórtice de un huracán que lo elevaba, fue absorbido hacia el vitral, hacia el agujero, hacia la estrella. Pero cuando su cabeza tocó el vitral, el vitral se plegó y se adhirió a su cuerpo. Salim quedó cubierto con un traje de brillos y colores, y mientras adquiría velocidad, los brillos se iban transformando. Al principio mostraban una llama rojiza. Anaranjada, amarilla, inefablemente blanca, después. Y Salim sintió que se fugaba por las inmensidades del espacio. Convertido en un cometa. Pero a Salim sólo le quedaban retazos del sueño, de una sucesión un tanto caótica de imágenes, la celda, la formación del vitral en el vano de la claraboya, la estrella y su fuga por la noche, y un deseo de que aquellas imágenes que se estaban borrando rápidamente de su memoria perduraran. Pensó en mandar a pintar un lienzo, o mejor aun, conseguir que hicieran un vitral que adornara su recámara personal, donde pasaba muchas horas planificando sus conquistas. ¿Pero, quién podría hacer un vitral? Aquello era arte cristiano. Y él era sarraceno.



Cuando Tourné despertó en su celda, tuvo la convicción de que su penosa situación cambiaría. En el sueño las paredes de su celda habían crecido y la claraboya se había vuelto inaccesible. Por la claraboya contemplaba el cielo donde apareció, materializado de la nada, un rosetón de zafiros, aguamarinas y rubíes, suspendidos en el aire, como si el propio cielo se hubiera coagulado, como si cada una de las gemas fuera parte de un distinto anochecer, tomando colores intensos y profundos, o tomando tal vez la luminosidad de algún astro, o el tinte especial de algún crepúsculo. Enseguida una línea roja cruzó el centro en forma horizontal, como si un ojo semicerrado permitiera ver una rendija del ocaso. Y a continuación se agregaron dos alas plegadas, de una luminosidad tal, que parecían el sol. De curvas armónicas y femeninas que despertaron la sensualidad de Tourné. Le recordaban las caderas de su esposa. Hacía más de dos años que no la veía, y abrazarla era lo que más ansiaba en el mundo. Y por un instante visualizó la campiña francesa, tan lejana. Cubierta de lavandas, las hileras de las vides, su bella esposa con las manos juntas en oración rogando al buen Dios para que él volviera, sus hijos a la mesa partiendo con las manos un crujiente pedazo de pan, y los suaves aires de la colina, llenos de gorjeos. Desde allí en más, los deseos de Tourné se manifestaron con tal fuerza que parecieron guiar su sueño, formar el vitral al influjo de sus ansias más profundas. Era como si el observador se hubiera convertido en el artífice, o al menos en el intérprete, de lo que se iba agregando en ese rosetón dinámico que no acababa de conformarse. Aparecieron dos triángulos azules, uno pequeño en el centro y otro mayor que lo contenía, que para Tourné inmediatamente pasaron a ser las velas de un barco, y a continuación visualizó el mástil y el casco. Tourné deseaba que la embarcación lo llevara de regreso a su tierra, hacia la nueva gloría que prometía ese barco coronado por un estallido de fulgores fucsia que iban pasando a una magnifica alborada durazno que se difuminaba hacia el infinito. Ahora, en su sueño, Tourné viajaba sobre un mar transparente, sobre corales y estrellas marinas, sobre campos de algas ondulantes, y sobre cardúmenes escarlatas y plateados que danzaban en imprevisibles fintas, todos a la vez. Era como si los cardúmenes no estuvieran formados por peces individuales, sino por el influjo de algún destello remoto, o algún ritmo telúrico sólo perceptible para ellos. Mientras, Tourné era el mascarón de proa que se aproximaba casi hasta tocar el agua, acompañando en un compás de mantra el cabeceo del barco. Escuchaba la fricción de las olas contra el casco, veía el fondo aumentado a través del lente del agua, y los mares eran muchos mares, porque el viaje continuaba en la noche. Sobre las aguas una media luna teñía la estela de espuma nacarada, con la inmensa duración de ese breve instante del no tiempo de los sueños. De pronto las olas fueron aumentando y estallaban contra el mascarón de proa, contra el cuerpo de Tourné, como una caricia fresca. El primer estallido lo sorprendió y desgranó su risa. Estaba feliz, enajenado, viviendo el sueño con una intensidad jamás lograda en la vigilia. Y fue entonces cuando sobrevino una gran ola, y Tourné sintió que todo giraba y que la barca se daba vuelta. Y ya no estaba en el barco. Al girar, todo se había transformado y tomaba un nuevo sentido. Ahora Tourné estaba en un refugio, olía el aroma a madera de pino verde del casco del barco, que ahora era el techo, y la magnífica alborada estaba por debajo como una llama energética que lo sustentaba. Y lo invadió una cierta nostalgia, porque prefería el barco al refugio y prefería el refugio a la celda. Sin embargo, en el sueño, Tourné volvió a encontrarse en la celda, pero todavía allá, en lo alto, estaba el vitral; y en el centro, una estrella de ocho puntas que lo iluminaba.



Cuando el místico Mashal despertó, tenía una plácida sonrisa. Repasó los rasgos salientes del rosetón de su sueño. La multiplicidad de las estrellas conglomeradas en una galaxia, el triángulo de la trinidad y el del mundo, las dos alas de ángel luminosas como el sol, la cruz y la media luna del Islam trepando al cielo para brindar protección. Cuando el místico Mashal despertó, supo que el universo le pedía un servicio, y simplemente se dispuso a aguardar que la oportunidad se manifestara, para tener el gozo de cumplirlo. Cuando el místico Mashal despertó, el muecín desplegaba su canto melodioso desde el minarete de la mezquita llamando a la oración del alba.



CONTINUA

viernes, 18 de mayo de 2012

Pintando el viento

Foto: Parque de Buenos Aires Argentina

¿Cómo pintar el lienzo
fugitivo del viento?


Algunas veces el viento
deshilacha la colcha gris
de las nubes


y algunas veces la lluvia
desnuda la transparencia
del aire.


Intento.
Intento, una y otra vez,
Intento.
Con una pincelada
de humo de sahumerio,
azuladas volutas sugerentes,
aroma,


¿Cómo pintar el lienzo
fugitivo del viento?


Flotan globos en los
ojos del recuerdo
y piruetas de barriletes
en la tarde placida


Insisto en preguntar


Paleta de colores
el fresno ardiente
y las hojas que navegan
en esa sinfonía de la nada
o reptan como manos ocres
por el efímero paisaje.


¿Cómo pintar el lienzo
fugitivo del viento?
¿Habrá una respuesta?
¿No seré yo otra hoja desgajada,
cuando la soledad
está en el parque,
y el otoño
está en el viento?