Cruzagramas

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domingo, 9 de abril de 2017

La ley del mercado


La cucaracha parece repugnante por naturaleza, pero los humanos las obligan a aceptar a la inmundicia como su hábitat. Sale a luz y se exhibe sin ningún pudor. Pero apenas se la descubre, su cuerpo aplanado busca con desesperación la grieta que conduce a la cloaca.
–La reunión es en el séptimo piso –dice el nuevo gerente.
La cucaracha es tan repulsiva que pide a gritos que la aplasten. Cuando el calzado se desploma como un meteorito, queda una mancha verdosa en la baldosa, y la cucaracha se arrastra dejando las entrañas pegadas.
Nos encaminamos arrastrando los pies. Llegamos al séptimo piso y nos sentamos. El gerente comienza con una sanata, que no tiene sentido que escuche. Ya sabemos que lo contrataron para “racionalizar” y que estamos en la reunión para que ese monigote nos informe sobre la marcha de la empresa.
–Mal –dice–, pero con coraje vamos a salvar la fuente de trabajo.

Cucaracha: insecto corredor, con ocho pares de patas. Abdomen, tronco y cabeza. Dos pares de alas, boca masticadora, grandes ojos, antenas y ocelos.
Contra mi voluntad, de vez en cuando, el monigote me cuela alguna frase suelta.
–A partir de ahora trabajaremos diez horas diarias. No les puedo decir hasta cuándo, pero sí que está dentro de la ley vigente. –Y sonríe como si le causara gracia.
Para darnos tan buenas noticias decidieron traernos a la sala del directorio. Será porque aquí las cucarachas no nos animemos a levantar la cabeza. La luz entra a raudales por la ventana. Se puede observar el río que está muy calmo. También se ve un yate con las velas infladas listo para zarpar.
¡Cómo me gustaría verles las caras si en plena asamblea estallara un nido de cucarachas! Me las imagino corriendo desesperadas sobre los muebles, los bronces y los cristales. Escondiéndose debajo de la alfombra.
Me siento mareado. Además, debo haberme achicado, porque el cristal que cubre la mesa se asemeja a una carretera reluciente bordeada de sacas inertes que terminan donde el monigote gesticula. Ahora alza la voz.
–En esta era competitiva beneficiaremos a los que tengan puesta la camiseta de la empresa. Sus problemas son nuestros problemas.
¿Me va a decir que si se me inunda la casa, puedo venir a dormir en el sillón de su oficina? Sabemos quién tiene la sartén por el mango. Hay que agachar la cabeza como las cucarachas. No estamos tan desesperados como para patear el tablero, jugarnos el todo por el todo. Aunque nos gustaría.
Antes y después que el hombre, las cucarachas. Siempre sobreviven. Un poco de calor y revientan los huevos entre los ladrillos. Con esa pulsión ciega de la naturaleza que no da lugar a la desesperanza. En cambio el hombre puede quedar atrapado en una fascinación suicida. Contempla el riel desde la plataforma. Se acerca al borde donde comienza a tañer el acero. La vía fulgura como una espada kilométrica, y no llega esa voz que grita: Deténgase. O la voz se confunde con otras, o se sucumbe al cansancio. Y llega el ventarrón de metal, el chirrido que tritura.
–Por supuesto que las puertas están abiertas para el que desee renunciar. –Otra vez logró colarse–. No les pediremos el preaviso, no queremos que pierdan mejores oportunidades. Pero la empresa no es una institución de caridad, debe regirse por el mercado.
Cuando era chico, durante la siesta, caminábamos haciendo equilibrio por una vía muerta. Llegábamos hasta los vagones vacíos y nos imaginábamos de dónde venían. Algunas veces, entre los restos del cereal, aparecían cucarachas y las cazábamos. Otras, parecía que se acordaban de que tenían alas, y el zapatillazo llegaba tarde.
Miro las caras apáticas, los cuerpos indolentes tirados hacia atrás en las sillas. Y de pronto, parece que hasta el gerente se cansó de su discurso, porque dice:
–Eso es todo. ¿Alguno tiene algo que decir?
Entonces siento una pálida alegría. Hace rato quiero llegar a mi escritorio y no escuchar nada más. Sin embargo, un compañero se pone de pie para decir:
–Yo voy a cumplir las ocho horas. Y si molesto: ¡Me indemnizás!
Luego sale dando un portazo. Y a continuación otro compañero lo imita, y después otro más…
Me voy quedando solo y la puerta me parece que está cada vez más lejos.

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