Cruzagramas

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Que tren...Que tren... . (1ª Parte)



Parte I: Edmundo toma el tren.

Edmundo se levanto cargado de risas. Una sensación placentera y extraña como si le estuvieran haciendo cosquillas en el cuerpo pero del lado de adentro. Miró por la ventana el jardín. Los brotes frescos anunciaban el reverdecer, el aire cargado de aroma invitaba a aspirar con fuerza. No recordaba haberse sentido tan bien en toda su vida. Inmediatamente tomo la decisión de no ir a trabajar, para realizar un viaje a algún lugar nuevo, distinto, que lo sorprendiera. No fue una decisión como las que tomaba siempre, fue más bien un impulso que no supo de donde le nació. Y a continuación se entregó a cumplir su propósito. Se bañó, desayuno, se vistió con ropa cómoda y tomo un taxi hasta la estación terminal de trenes.
En el trayecto recordó lo feliz que se sentía cuando era niño y se iba de vacaciones en tren con sus padres. Recordó que siempre le compraban alguna revista de historietas para que se entretuviera y que jugaban a las cartas, y cuando se comenzaba a aburrirse llegaba la hora de ir al vagón comedor. Recordó también que en esos viajes sus padres estaban distendidos, sonrientes, y se apoderó de él una añoranza especial, como si ese recuerdo se hiciera más lento, como si estuviera demorando esa felicidad para poder retenerla un rato más.
Llegó a la terminal y cuando ingresó al hall dos empleados del ferrocarril, pero vestidos a la usanza antigua, con trajes azules y sombrero, lo invitaron a la inauguración de un viaje especial. No entendió demasiado, si estaban probando un nuevo destino turístico, o si era el pasajero un millón y por eso no le cobraban, pero si entendió con claridad que debía apurarse porque el tren ya estaba por salir.
Edmundo no reflexionó demasiado, al fin y al cabo estaba allí abierto a las posibilidades, a lo nuevo, y desde que se había levantado, minuto a minuto, iba de sorpresa en sorpresa. Llegó al andén. El tren era verdaderamente de lujo, con asientos reclinables forrados en cuero, los vagones bien iluminados con la luz natural de amplias ventanas.
Ni bien Edmundo subió al tren, éste se puso en movimiento con un largo silbato, recorrió la plataforma y entró en un túnel, y el vagón se oscureció. Un momento después, Edmundo estaba agolpado en una ventanilla como los demás pasajeros. Nadie podía creer lo que veían. ¿No habían salido de Retiro? ¿No debería haber aparecido la ciudad con sus altos edificios y la Villa del otro lado? Sin embargo el tren se desplazaba por una cornisa en plena montaña.

Continuará

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